Había
salido de mi última clase de la facultad de bellas artes, corría desaforado
intentando no perder el penúltimo bus de la noche, quería llegar a casa lo
antes posible, Penélope me esperaba.
Seguramente me estaría preparando una romántica
cena, aunque para ella todas las cenas son románticas, pues no necesita que sea
un día especial para estar celebrando constantemente nuestro amor.
Yo pensaba en el autobús como sorprenderla, y
aunque nosotros no somos de hacernos suntuosos regalos, si nos regalábamos con
nuestra originalidad, obras hechas por nosotros con cosas recicladas, también
nos regalamos con nuestras locuras espontáneas, aventuras inimaginables sacadas
de nuestras fantasías.
Aquella noche el tráfico era brutal, el bus
no avanzaba con la celeridad que mi cuerpo sentía para llegar junto a ella, en
mi imaginación la veía desesperada, tejiendo un manto que deshacía una y otra
vez, a la espera que llegara su Ulises. Para colmo, no tenía ni cobertura en el
móvil para avisarla, la tormenta lo tenía todo en modo caos.
¡Por fin! Después de varias horas el autobús
alcanzó mi parada, caían chuzos de punta, por lo que tuve que refugiarme debajo
de la marquesina, mientras cerraba mi cazadora y organizaba los bártulos de la
facultad; pero no fui capaz de esperar que amainara un poco, la desesperación
por verla, me llevó a arrojarme bajo la intensa lluvia, sin más protección que
el amor que le profesaba a Penélope.
Toqué el timbre, cuando ella abrió la puerta,
se me arrojo a los brazos, yo intenté separarla pues iba chorreando, pero me
era imposible, cada vez que lo intentaba, ella más me apretaba, así que le
dije:
― ¡Cariño,
suéltame que te vas a poner chorreando!
A lo que ella me respondió:
― No te
preocupes amor, si me pones chorreando, ya tendrás sopa para cenar…
Sonrió apretándome mucho más fuerte.
― Será una
sopa exquisita cariño, pero si sigues apretándome así, la vas a aderezar con
unas costillas quebradas al horno.
― Anda pasa
y cámbiate de ropa, mientras yo te preparo una taza de sopa caliente, para que
entres en calor.
Me fui rápidamente a la ducha, puse el agua
bastante caliente, me despojé de la ropa y entré de cabeza en la ducha, con la
esperanza de recuperar el calor, que había perdido mi cuerpo bajo la lluvia.
Para cuando hube acabado, ya estaba Penélope esperando con una toalla para
envolverme en ella. Me frotaba con tanta dulzura recorriendo todo mi cuerpo,
que yo pasaba de un estado de confort a un estado de excitación, cuando rozaba
ciertas zonas erógenas de mi cuerpo. Abrumado,
no quería empalmarme en aquel momento tan romántico, no quería estropear la
magia del momento, aunque la verdad es que no sabía por qué me comportaba de
esa forma.
Estuvo durante varios minutos secando mi
cuerpo, una vez acabó, me abrazó y dándome un beso en la frente me dijo:
― ¡Vamos!
Tómate esa taza que te preparé de sopita caliente.
Para mis adentros pensaba: “me sobra la
sopa, ya me has puesto tú tan caliente, que no necesito ni abrazar un radiador
hirviendo para calentarme”. Pero cortésmente tomé la taza y bebí dos sorbos para
no desagraviar a Penélope. Una vez me puse el pijama, aparecí en el salón,
donde ella me esperaba con la mesa puesta, que dejaría a la altura de una
babucha a los mejores restaurantes de lujo.
― ¡Guau! ¡Que
pedazo de cena has preparado! ¡Me dejas siempre anonadado con estas cenas que preparas!
Ella, me miró sonriente y complacida,
recolocó una de las velas y cogiendo una cerilla las prendió, esto le dio a la
mesa un toque de majestuosidad que me rio yo de los banquetes del Renacimiento.
Antes que me sentara me dijo:
― Cielo, apaga
la luz y siéntate a la mesa.
Una vez estuve sentado frente a ella, me quedé
absorto observando el chisporrotear de la llama reflejado en sus ojos. Era todo
tan idílico, que muchas veces yo no sabía si estaba vivo o estaba metido en un
fantástico cuento. Desperté de mi letargo emocional, cuando ella me preguntó:
― ¿Cómo te
ha ido en la facultad?
― Bien
cariño, hoy precisamente hemos hablado de Goya, de cómo pintaba algunos de sus
cuadros a la luz de las velas, como estamos nosotros ahora mismo bajo la luz de
ellas.
― ¡Qué
interesante!, me parece original a la vez que difícil, pintar sólo alumbrándote
con la luz de algunas velas.
― Pues si
Penélope, ha de ser muy complicado pintar así.
Estando explicándole esto, se me ocurrió una
de mis locuras, ese sería mi regalo aquella noche. Así que le dije
aceleradamente:
― Amor,
túmbate en el sofá, voy a dibujarte a la luz de las velas, necesito hacerlo sin
demora, lo acabo de pensar, éste será mi regalo de hoy.
Penélope, como siempre que se me ocurría
algo, fuese la locura que fuese, obedecía sin rechistar. Así que se tumbó con
su pijama rosa en el sofá. Yo, la estuve
recolocando de la postura que creí sería mejor para pintarla.
Preparé el caballete, mi paleta, los tubos de
tempera y mis pinceles preferidos. Estaba dispuesto y preparado, para dibujar
un cuadro que rompería los moldes, no por mi arte dibujando, sino por la
belleza de ella, que era de un singular profundo.
― Penélope, levanta
un poco el brazo, apoya tu mano en la cabeza, e intenta estar lo más quieta
posible.
Cuando la tuve colocada, los cables de mi
mente se entrecruzaron, yo quería dibujarla dulce, tierna, inocente, delicada,
pero sin embargo mi mente me decía otras cosas, el demonio me poseía y martilleaba
mis sienes me decía: “no dibujes un
corazón, cuando quieres dibujar ¡sexo!”
Automáticamente, haciendo caso a esa voz que
rondaba mi cabeza, me levanté y me dirigí hacia ella. Penélope me miraba,
estaría pensando “ya viene a corregir mi postura, seguramente no me he colocado
bien”, la realidad, es que no esperaba
lo que se le venía encima.
Me lancé con la velocidad del rayo sobre
ella, tiré de los pantalones de su pijama, arrastrándolos hasta sus tobillos,
quedando así sin movilidad en las piernas. Ella me miraba con incredulidad, no
daba crédito a lo que estaba pasando; quizás sería porque la tenía acostumbrada
al sexo dulce. Seguidamente subí la parte superior del pijama hasta dejar sus manos trabadas y
su cara cubierta, por lo que no podía ver lo que pasaba, su suerte fue no
llevar ropa interior, seguramente se la habría destrozado aunque fuese a
bocados; no podía parar, la voz del diablo de la lujuria me teledirigía.
Una vez la tuve en esa posición, la cogí por
los tobillos y arrastrándola la dejé caer del sofá a la alfombra que cubría el
salón, tiré de ella para llevarla hasta donde yo quería, como yo iba de
espaldas, tropecé con el caballete tirando el lienzo al suelo; así que la solté
por un momento, mientras me embadurnaba las manos con témperas de varios
colores.
Sólo se podía escuchar la respiración de
Penélope algo sofocada. Como no podía ver su cara, no intuía que tipo de sofoco
tenía; sin detenerme, empecé a manosear todo su cuerpo untándola de pintura por
todas partes, me metí en los recovecos más deseables de su esbelta figura,
aquello era un frenesí para mí, ni tan siquiera me paré a pensar como lo
estaría viviendo ella, pero irremediablemente no me podía detener.
Balanceaba mis manos, desde sus senos hasta
su pubis, aquel suntuoso cuerpo me excitaba en demasía, una vez la tuve
cubierta de óleo por todo el cuerpo, la volví a coger por los tobillos y la
giré bruscamente poniéndola boca abajo, realicé la misma operación por detrás,
bajaba por su espalda incrustando mis manos llenas de pintura sobre sus muslos.
Su culo se arqueaba, daba la sensación que me lo ponía lo mejor posible para
que mis manos llegaran a todas las zonas
que ella deseaba que acariciara; fue en ese momento cuando la vi contorsionarse
y jadear de una forma que jamás había visto ni oído en los años que llevábamos
juntos, a duras penas debido a la excitación que yo tenía, la escuché decir:
“sigue no pares”.
Poseído por una mezcla de sentimientos,
estaba dispuesto para pintar el mejor cuadro de Penélope, así que no me
conformaría con pintarla sólo con óleo, decidí hacer una mezcla de pintura con
sus jugos, estaba dispuesto al súmmun del arte. No dudé en empezar a
masturbarla. Boca abajo, como estaba, introduje mis dedos abriéndome pasos
entre sus prietas piernas hasta llegar a su vagina, mis dedos entraron en su
cuerpo como entran en la mantequilla, pues estaba chorreando.
Quise ir un paso más allá, así que viendo en
el estado que ella estaba, me deshice de mi pijama, e incrusté mi falo en su
coño mientras con mis manos comprimía sus pechos, elevándola unos centímetros
del suelo, y yo aproveché para morder su cuello cual Drácula a su presa. Estábamos
formando un caldo inimaginable, tal es así que sólo nos envolvía los sonidos
guturales que ambos lanzábamos sobre la estancia en la que nos encontrábamos.
Yo estaba en el punto más álgido, Penélope ya había tenido algunos orgasmos preliminares, y estaba esperando la traca
final; fue en ese momento desenfrenado, cuando nuestros cuerpos más se
convulsionaban y a más velocidad se movían. De repente ella pegó tal grito que
disparó mi verga sin control. Ésta se sacudía como manguera descargando presión
a escape libre; hubo leche para su interior y para regar toda su espalda.
Tenía la mezcla perfecta, pintura, semen,
jugo vaginal y su cuerpo dispuesto para ser inmortalizado. Me levanté, la cogí
por las manos y la arrastré por lo alto del lienzo, primeramente tal y como
estaba boca abajo, luego le di la vuelta y volví a pasarla por lo alto del
lienzo. Una vez estuvo impreso su cuerpo, la levanté quitándole la parte del
pijama de arriba para que pudiera observar la obra y le dije:
― ¡Aquí
tienes, mi mejor cuadro, mi mejor musa! ¿Qué te parece?
Ella, casi sin haber salido aún del éxtasis,
lo miro y me respondió:
― Te lo diré
de forma que lo entiendas perfectamente. A partir de ahora, cada cuadro en el
que quieras dibujarme, lo tendrás que pintar así, no te dejaré hacerlo de otra
forma.
Me cogió por la cintura como dándome las
gracias por dicho regalo, pero yo no había acabado todavía, así que volví su
mejilla para que sus ojos se encontraran con los míos y le dije:
― ¡Aún no
está acabada la obra! Queda lo más importante ¿adivinas qué es?
Ella pensativa me respondió:
― No, no
tengo ni idea. Así que tú me dirás lo que es.
― Pues muy
sencillo, queda la firma del autor, pero en esta ocasión serás tú la que lo
firmes con un pincel muy especial.
Aquello lo entendió perfectamente, sin
articular palabra se arrodilló, cogió mi miembro con sus sutiles manos y
llevándoselo a su boca, empezó a lamerlo y succionarlo a la vez que sus manos
jugaban con mis testículos. Aquello, puso mi brocha de la mejor calidad, la
madera de ébano se hubiera quedado corta en aquel momento. Después de unos
minutos atareada con mi falo, la paré poniéndola en pie, fui yo el que me
arrodillé esta vez, dándole a mi boca el placer de besar su majestuoso coño, me
entregué de lo lindo, hacía en cada lamida, que sólo se quedara apoyada en los
dedos gordos del pie.
Fueron orgasmos encadenados, como los vagones
de un tren. Cuando creí haberla saciado y sin más maná que sacar de su cuerpo,
me puse en pie al lado de ella y poniéndole mi falo sobre su mano le dije:
― Cariño, es
el momento de firmar el cuadro.
Sin dudarlo, templó mi verga sobre sus manos,
empezando con ritmos suaves, hacia delante y hacia atrás, parando de una forma
tan calculada… que frenaba mi fila de soldaditos ante la puerta. Así estuvo
jugando un rato, hasta que me vio sufrir tanto, que empezó a menearla a una
velocidad de Guepardo, sus manos subían y bajaban casi sin poder apreciar su
movimiento, hasta que por fin y notando ella que saldría la tinta para la
firma, apuntó hacia el cuadro con mi polla y esparció todo el semen sobre el
lienzo, intentando escribir mi nombre con mi leche.
Derrumbados en el sofá, por el esfuerzo
realizado, contemplábamos el retrato hecho con esfuerzo, sudor y mucho ardor
guerrero… Mientras, cogidos de la mano, nos dejábamos llevar por la somnolencia
del deseo exprimido.
Alejandro
Maginot
Esto ha sido una visita al museo del placer en primera línea...,Me gusta el comienzo de la trama y cómo se va desencadenando, el regalo es perfecto y original y mucho más cuando ambos han colaborado en él.
ResponderEliminarHas hecho una historia donde nos vas llevando de la mano con cada gesto y acción y hasta podemos llegar a sentir la magia que hay mientras socumben al sexo , pero diria que mucho más la complacencia de los dos es lo mejor .
Muy buen texto donde la imaginación y la fantasía hace brillar cada noche a los dos ..
Un abrazo y buen fin de semana ..
Un cuadro pintado a la luz de unas velas, sacado de una clase en la Facultad de Bellas Artes. Dos protagonistas, acostumbrados al sexo ordenado, que lo convierten en desaforado, descubriendo así una nueva forma de pintar un lienzo en las artes amatorias. Gratitud mi apreciada amiga Campirela, por tus comentarios tan alentadores... Te deseo un precioso fin de semana.
EliminarUn abrazo con todo el cariño.
Vengo del blog de Campirela. Un placer leer este relato tan intenso donde el deseo tiene distintas tinturas y texturas... la gama de colores se eleva con la intensidad de los protagonistas.
ResponderEliminarMil besitos, Alejandro.
Una paleta de colores, que pasa del plata al dorado en una intensa noche de lluvia. Gracias nuevamente querida Auroratris por tu bonito comentario. Te deseo un magnifico fin de semana.
EliminarBesitos con cariño.
Vengo del Blog de Campirela a leerte. Intenso texto de ardientes sentires. Saludos.
ResponderEliminarEs un placer leer tu comentario Sandra, te doy las gracias por dedicarme algo de tu tiempo. Te deseo un bonito fin de semana.
EliminarSaludos
Un texto descriptivo altamente evocador. Hay amore pasionales, que bien merecen un par de cuadros, docenas de orgasmos, ensaladas de besos y despedida con traca final.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz día.Vengo de donde Campirela, y ha sido muy grato leerte
Un honor Albada que hayas podido llegar hasta aquí, a través del blog de Campirela. Gracias por tu lindo comentario, te deseo un estupendo fin de semana.
ResponderEliminarAbrazo con cariño.