Desde que empezó la cuarentena nos propusimos, dejarnos llevar cada noche, por un juego de azar. Aquella tarde, después de hacer nuestro ejercicio diario para mantenernos en forma, hablamos por Skype con nuestros familiares y amigos.
Ya había oscurecido, así que decidimos
prepararnos una ligera cena. Mientras la degustábamos, hablábamos del juego al
que jugaríamos tras ella; después de
unos minutos apostando por uno u otro juego, todo quedó sentenciado, cuando
Olivia decidió que jugáramos al Póker.
Cuando ella tomaba un derrotero, nunca iba
perdida, siempre tenía una sorpresa detrás de cada decisión tomada. Preparamos
el tapete verde y la baraja, me encantaba ver como Olivia barajaba las cartas,
su habilidad en las manos era sublime, me deleitaba meciendo las cartas.
Mientras repartía la primera mano, yo desde
mi asiento en el sofá, veía el movimiento de sus dos tréboles, bajo la camiseta
del pijama. Aunque callado estaba, sabía que ella notaba mi tremenda erección;
Olivia como no se cortaba un pelo, me recriminó:
― ¿Ya estas
empalmado? ¡Jolines estás todo el día, con tu As de picas en ristre!
No sabe lo que me jodía, que me dijera esas
cosas tan directamente, si no fuese porque ella me tenía siempre tan caliente…
al decirme las cosas de esa manera, se me hubiera desinflado el As de picas.
― ¡Joder Olivia! ¿Qué culpa tengo yo, que me tengas tan apasionado?, es que me pones el As de bastos descomunal.
Ella me
miró sonriente, rápidamente me dijo mirándome al pijo:
― Es que lo
tuyo no es normal, ¡estás siempre armado! ¡Ah! Y no digas que tienes el As de
bastos inflando, más bien será el As de picas, pues no jugamos con la baraja
española.
Yo salté como un resorte clamándole:
― Aunque
estemos jugando al Póker, soy un lince ibérico, no puedo evitar refrendar la
baraja española.
― Bueno ya
que te pones así, haremos una cosa. En la primera partida, que uno de nosotros
saque un póker de ases, tomará la iniciativa para un ataque frontal. ¿Estás de
acuerdo Rubén?
¡Guau! Aquello me encantó, sabía lo que
quería decir con un ataque frontal, nos íbamos a desmadejar a lo loco. Por eso
pondría todo mi énfasis por ganar la partida.
― ¡Por
supuesto! Me parece una gran idea. Además podemos encargar una pizza, para
picar algo.
― ¡De eso
nada Rubén! Acabamos de cenar. Y ya tenemos bastante con tu “Pizza Ardente”.
No tuve más remedio que soltar una tremenda
carcajada, Olivia tiene mucha chispa. Cuando empezaba a hablar con esas
filigranas, ya imaginaba lo que me podía ocurrir si no me andaba ligero, así
que para que no se me adelantara le dije:
― Hoy no
ando fino, el único que anda fino es mi pepino.
Ella sonrió, pero en tono de no admitir mis
chanzas, me soltó:
― Lo mío ha
tenido más gracia, así que no intentes ponerte por delante mía, con tus
horribles chistes.
Yo sabía, que sólo me provocaba, para animar
el cotarro. La jodía me tenía siempre en ascuas, tenía el poder de hacer que me
desmelenara en un segundo.
― Bueno
Olivia, reparte cartas, ya verás la paliza que te voy a pegar.
― ¡Eso ya lo
veremos!
Olivia repartió las cartas, en menos de dos
minutos, ya me había ganado la primera mano con un trío, la segunda partida la ganó
con doble pareja y la tercera con un full. En mi mente estaba presente, que lo
próximo que sacaría, sería un póker. Lo sabía, porque ya tenía en sus manos mi
As de picas, aunque fuese empalmado. Mi As de corazones siempre lo poseía, pues
me tenía desde que la conocí, locamente enamorado. También había localizado mi
As de tréboles, pues con ella la suerte siempre me había acompañado. Y por
supuesto poseía el As de diamante, porque en sí, ella era el diamante más
brillante, que ante mis ojos lucio jamás.
La apuesta estaba ganada por su parte, aunque
yo ganaba mucho más que Olivia, porque el castigo según ella, para mí sería una
recompensa.
― Bueno,
como yo he ganado, quedas castigado. Elijo peli y palomitas.
Menudo chasco me llevé. Creí que tras la partida,
tendríamos sexo, no me esperaba aquella decisión. Seguro que ella me estaba viendo, la cara de
polla lagrimosa, que se me había quedado.
No quise decir nada, pues sabía que si
soltaba algo, me llamaría calentón, y diría que siempre estoy pensando en lo
mismo.
― ¡Vaya cara
que se te ha quedado Rubén!
Esto me lo dijo, con toda la picardía del
mundo, para hacerme saltar. Pero yo, estoicamente aguantaba como un león
hambriento al alcance de una bellísima gacela. Así que yo disimulando le dije:
― Bueno
Olivia, dime que peli busco, mientras preparas las palomitas.
― Prepara la
película, “Deseo en el confinamiento”, de la palomita no te preocupes, que ya
la tengo preparada.
Coño, no estaba entendiendo nada. Seguro que
aquella noche se lo estaba pasando genial, pues ahora se me había quedado una
cara de pasmarote, que para mí se queda.
― “Deseo en
el confinamiento”… ¿Qué película es esa?
Yo no la
conozco, bueno mientras busco la peli, saca
las palomitas que tienes preparadas.
Ella empezó a reír descaradamente, si hubiera
sido hombre, diría que se estaba descojonando. Me miró totalmente jovial y me
dedicó estas palabras:
― Estás
empanado de verdad, no te enteras de lo que oyes, estás tan obsesionado con lo
tuyo, que no te has parado a pensar lo que te he dicho.
Diciendo esto, se puso de pie, caminó hacia
mí. Cuando estuvo su pelvis a la altura de mi cara, deslizó suavemente el
pantalón de su pijama hasta sus rodillas, dejando toda su vagina a un palmo de
mi nariz.
― La
película, es la que estamos viviendo a diario, el deseo de poseernos una y otra
vez, sin tregua ni descanso. Y si hubieras escuchado bien, habrías entendido,
que tenía mi palomita preparada, erecta y salada, para cubrir el gusto de tu
paladar, así que degústala hasta que le quites toda la sal.
Ahora sí, ¡ahora lo entendía todo! no dije ni
mu. Acerqué mi lengua a su clítoris, lo cual produjo e mí un placentero
escalofrió, que recorrió todo mi cuerpo, como si me hubiese atravesado un rayo.
La lamí, la relamí, la chupe, le rechupe,
hasta mordisquitos le di. Mientras mirando hacia arriba, veía como su alma de
gusto, de su cuerpo casi se salía. Bramaba, rugía, se contorsionaba, con mis
manos en sus glúteos la sostenía, pues de placer pensé que se me caía.
Desalé su palomita, tornándola en cereza,
regusto de sal y fresa. Me moría por
poseerla, pues con ella perdía la cabeza. No quería parar, era como no querer
perder esa oportunidad, por si acaso no volvía más. Olivia miro hacia abajo, y
cuando se encontraron nuestras miradas, me suplicó:
― Nunca
pares, te lo pido por favor, hazme perder el sentido, hazme perder la razón.
Que mis frutos los tuyos son, te devolveré la fragancia con la que inundas mi
corazón. Hazme el amor, subámonos en ese barco que no tiene motor, penétrame
con tu faro e ilumina mi interior. ¡No pares mi amor! Has que me tiemble hasta
el corazón.
Sus palabras eran notas musicales, yo danzaba
sobre su cuerpo al son de su música. Que maravilloso era subir y caer de golpe en
su placer, imposible contenerme, imposible retroceder; yo me amamantaba de su
leñoso jugo, mientras ella se enroscaba, del calor que brotaba por toda su
piel.
La penetré, la poseí, deseando que nada ni
nadie, de su cuerpo me pudiera desadherir. Logré trepar por los riscos de su
montaña, no necesité ni cuerdas ni escalas, pues yo casi volaba. Detrás de un
rincón, surgía otro más precioso, que cuerpo con más belleza, que ciudad con
más fortaleza.
Bajo techo nos encontrábamos, mientras en el
exterior el cielo estaba raso, pero milagrosamente nuestros cuerpos estaban
chorreando, bajo la lluvia que
mágicamente se produce, cuando con todas nuestras fuerzas estamos follando.
Llega el último grito, detrás vendrán miles de suspiros, por lo bien hecho, por
lo mejor acabado, por habernos quedado satisfechos, por habernos saciado…
porque aunque agotados, ya estamos pensando en volver a enrolarnos, en la
embarcación de Eros, para que nos lleve nuevamente a la fuente de los orgasmos.
Alejandro Maginot