jueves, 7 de mayo de 2020

La erótica del confinamiento









  Desde que empezó la cuarentena nos propusimos, dejarnos llevar cada noche, por un juego de azar. Aquella tarde, después de hacer nuestro ejercicio diario para mantenernos en forma, hablamos por Skype con nuestros familiares y amigos.
 
    Ya había oscurecido, así que decidimos prepararnos una ligera cena. Mientras la degustábamos, hablábamos del juego al que jugaríamos tras ella;  después de unos minutos apostando por uno u otro juego, todo quedó sentenciado, cuando Olivia decidió que jugáramos al Póker.

   Cuando ella tomaba un derrotero, nunca iba perdida, siempre tenía una sorpresa detrás de cada decisión tomada. Preparamos el tapete verde y la baraja, me encantaba ver como Olivia barajaba las cartas, su habilidad en las manos era sublime, me deleitaba meciendo las cartas.

  Mientras repartía la primera mano, yo desde mi asiento en el sofá, veía el movimiento de sus dos tréboles, bajo la camiseta del pijama. Aunque callado estaba, sabía que ella notaba mi tremenda erección; Olivia como no se cortaba un pelo, me recriminó:

― ¿Ya estas empalmado? ¡Jolines estás todo el día, con tu As de picas en ristre!

  No sabe lo que me jodía, que me dijera esas cosas tan directamente, si no fuese porque ella me tenía siempre tan caliente… al decirme las cosas de esa manera, se me hubiera desinflado el As de picas.

― ¡Joder Olivia! ¿Qué culpa tengo yo, que me tengas tan apasionado?, es que me pones el As de bastos descomunal.

  Ella me miró sonriente, rápidamente me dijo mirándome al pijo:

― Es que lo tuyo no es normal, ¡estás siempre armado! ¡Ah! Y no digas que tienes el As de bastos inflando, más bien será el As de picas, pues no jugamos con la baraja española.

  Yo salté como un resorte clamándole:

― Aunque estemos jugando al Póker, soy un lince ibérico, no puedo evitar refrendar la baraja española.

― Bueno ya que te pones así, haremos una cosa. En la primera partida, que uno de nosotros saque un póker de ases, tomará la iniciativa para un ataque frontal. ¿Estás de acuerdo Rubén?

  ¡Guau! Aquello me encantó, sabía lo que quería decir con un ataque frontal, nos íbamos a desmadejar a lo loco. Por eso pondría todo mi énfasis por ganar la partida.

― ¡Por supuesto! Me parece una gran idea. Además podemos encargar una pizza, para picar algo.

― ¡De eso nada Rubén! Acabamos de cenar. Y ya tenemos bastante con tu “Pizza Ardente”.

  No tuve más remedio que soltar una tremenda carcajada, Olivia tiene mucha chispa. Cuando empezaba a hablar con esas filigranas, ya imaginaba lo que me podía ocurrir si no me andaba ligero, así que para que no se me adelantara le dije:

― Hoy no ando fino, el único que anda fino es mi pepino.

  Ella sonrió, pero en tono de no admitir mis chanzas, me soltó:

― Lo mío ha tenido más gracia, así que no intentes ponerte por delante mía, con tus horribles chistes.

  Yo sabía, que sólo me provocaba, para animar el cotarro. La jodía me tenía siempre en ascuas, tenía el poder de hacer que me desmelenara en un segundo.

― Bueno Olivia, reparte cartas, ya verás la paliza que te voy a pegar.

― ¡Eso ya lo veremos!

   Olivia repartió las cartas, en menos de dos minutos, ya me había ganado la primera mano con un trío, la segunda partida la ganó con doble pareja y la tercera con un full. En mi mente estaba presente, que lo próximo que sacaría, sería un póker. Lo sabía, porque ya tenía en sus manos mi As de picas, aunque fuese empalmado. Mi As de corazones siempre lo poseía, pues me tenía desde que la conocí, locamente enamorado. También había localizado mi As de tréboles, pues con ella la suerte siempre me había acompañado. Y por supuesto poseía el As de diamante, porque en sí, ella era el diamante más brillante, que ante mis ojos lucio jamás.




  La apuesta estaba ganada por su parte, aunque yo ganaba mucho más que Olivia, porque el castigo según ella, para mí sería una recompensa.

― Bueno, como yo he ganado, quedas castigado. Elijo peli y palomitas.

  Menudo chasco me llevé. Creí que tras la partida, tendríamos sexo, no me esperaba aquella decisión.  Seguro que ella me estaba viendo, la cara de polla lagrimosa, que se me había quedado.

  No quise decir nada, pues sabía que si soltaba algo, me llamaría calentón, y diría que siempre estoy pensando en lo mismo.

― ¡Vaya cara que se te ha quedado Rubén!

  Esto me lo dijo, con toda la picardía del mundo, para hacerme saltar. Pero yo, estoicamente aguantaba como un león hambriento al alcance de una bellísima gacela. Así que yo disimulando le dije:

― Bueno Olivia, dime que peli busco, mientras preparas las palomitas.

― Prepara la película, “Deseo en el confinamiento”, de la palomita no te preocupes, que ya la tengo preparada.

  Coño, no estaba entendiendo nada. Seguro que aquella noche se lo estaba pasando genial, pues ahora se me había quedado una cara de pasmarote, que para mí se queda.

― “Deseo en el confinamiento”…  ¿Qué película es esa?
Yo no la conozco, bueno mientras  busco la peli, saca las palomitas que tienes preparadas.

  Ella empezó a reír descaradamente, si hubiera sido hombre, diría que se estaba descojonando. Me miró totalmente jovial y me dedicó estas palabras:

― Estás empanado de verdad, no te enteras de lo que oyes, estás tan obsesionado con lo tuyo, que no te has parado a pensar lo que te he dicho.

  Diciendo esto, se puso de pie, caminó hacia mí. Cuando estuvo su pelvis a la altura de mi cara, deslizó suavemente el pantalón de su pijama hasta sus rodillas, dejando toda su vagina a un palmo de mi nariz.

― La película, es la que estamos viviendo a diario, el deseo de poseernos una y otra vez, sin tregua ni descanso. Y si hubieras escuchado bien, habrías entendido, que tenía mi palomita preparada, erecta y salada, para cubrir el gusto de tu paladar, así que degústala hasta que le quites toda la sal.

  Ahora sí, ¡ahora lo entendía todo! no dije ni mu. Acerqué mi lengua a su clítoris, lo cual produjo e mí un placentero escalofrió, que recorrió todo mi cuerpo, como si me hubiese atravesado un rayo.



 
  La lamí, la relamí, la chupe, le rechupe, hasta mordisquitos le di. Mientras mirando hacia arriba, veía como su alma de gusto, de su cuerpo casi se salía. Bramaba, rugía, se contorsionaba, con mis manos en sus glúteos la sostenía, pues de placer pensé que se me caía.

  Desalé su palomita, tornándola en cereza, regusto de sal y  fresa. Me moría por poseerla, pues con ella perdía la cabeza. No quería parar, era como no querer perder esa oportunidad, por si acaso no volvía más. Olivia miro hacia abajo, y cuando se encontraron nuestras miradas, me suplicó:

― Nunca pares, te lo pido por favor, hazme perder el sentido, hazme perder la razón. Que mis frutos los tuyos son, te devolveré la fragancia con la que inundas mi corazón. Hazme el amor, subámonos en ese barco que no tiene motor, penétrame con tu faro e ilumina mi interior. ¡No pares mi amor! Has que me tiemble hasta el corazón.

  Sus palabras eran notas musicales, yo danzaba sobre su cuerpo al son de su música. Que maravilloso era subir y caer de golpe en su placer, imposible contenerme, imposible retroceder; yo me amamantaba de su leñoso jugo, mientras ella se enroscaba, del calor que brotaba por toda su piel.

  La penetré, la poseí, deseando que nada ni nadie, de su cuerpo me pudiera desadherir. Logré trepar por los riscos de su montaña, no necesité ni cuerdas ni escalas, pues yo casi volaba. Detrás de un rincón, surgía otro más precioso, que cuerpo con más belleza, que ciudad con más fortaleza.

  Bajo techo nos encontrábamos, mientras en el exterior el cielo estaba raso, pero milagrosamente nuestros cuerpos estaban chorreando,  bajo la lluvia que mágicamente se produce, cuando con todas nuestras fuerzas estamos follando. Llega el último grito, detrás vendrán miles de suspiros, por lo bien hecho, por lo mejor acabado, por habernos quedado satisfechos, por habernos saciado… porque aunque agotados, ya estamos pensando en volver a enrolarnos, en la embarcación de Eros, para que nos lleve nuevamente a la fuente de los orgasmos.


 Alejandro Maginot