viernes, 27 de marzo de 2020

Quiero Pintarte












  Había salido de mi última clase de la facultad de bellas artes, corría desaforado intentando no perder el penúltimo bus de la noche, quería llegar a casa lo antes posible, Penélope me esperaba.

  Seguramente me estaría preparando una romántica cena, aunque para ella todas las cenas son románticas, pues no necesita que sea un día especial para estar celebrando constantemente nuestro amor.

  Yo pensaba en el autobús como sorprenderla, y aunque nosotros no somos de hacernos suntuosos regalos, si nos regalábamos con nuestra originalidad, obras hechas por nosotros con cosas recicladas, también nos regalamos con nuestras locuras espontáneas, aventuras inimaginables sacadas de nuestras fantasías.

  Aquella noche el tráfico era brutal, el bus no avanzaba con la celeridad que mi cuerpo sentía para llegar junto a ella, en mi imaginación la veía desesperada, tejiendo un manto que deshacía una y otra vez, a la espera que llegara su Ulises. Para colmo, no tenía ni cobertura en el móvil para avisarla, la tormenta lo tenía todo en modo caos.

  ¡Por fin! Después de varias horas el autobús alcanzó mi parada, caían chuzos de punta, por lo que tuve que refugiarme debajo de la marquesina, mientras cerraba mi cazadora y organizaba los bártulos de la facultad; pero no fui capaz de esperar que amainara un poco, la desesperación por verla, me llevó a arrojarme bajo la intensa lluvia, sin más protección que el amor que le profesaba a Penélope.
  Toqué el timbre, cuando ella abrió la puerta, se me arrojo a los brazos, yo intenté separarla pues iba chorreando, pero me era imposible, cada vez que lo intentaba, ella más me apretaba, así que le dije:

― ¡Cariño, suéltame que te vas a poner chorreando!

  A lo que ella me respondió:

― No te preocupes amor, si me pones chorreando, ya tendrás sopa para cenar…

  Sonrió apretándome mucho más fuerte.

― Será una sopa exquisita cariño, pero si sigues apretándome así, la vas a aderezar con unas costillas quebradas al horno. 

― Anda pasa y cámbiate de ropa, mientras yo te preparo una taza de sopa caliente, para que entres en calor.

  Me fui rápidamente a la ducha, puse el agua bastante caliente, me despojé de la ropa y entré de cabeza en la ducha, con la esperanza de recuperar el calor, que había perdido mi cuerpo bajo la lluvia. Para cuando hube acabado, ya estaba Penélope esperando con una toalla para envolverme en ella. Me frotaba con tanta dulzura recorriendo todo mi cuerpo, que yo pasaba de un estado de confort a un estado de excitación, cuando rozaba ciertas zonas erógenas de mi cuerpo.  Abrumado, no quería empalmarme en aquel momento tan romántico, no quería estropear la magia del momento, aunque la verdad es que no sabía por qué me comportaba de esa forma. 









   Estuvo durante varios minutos secando mi cuerpo, una vez acabó, me abrazó y dándome un beso en la frente me dijo:

― ¡Vamos! Tómate esa taza que te preparé de sopita caliente.

   Para mis adentros pensaba: “me sobra la sopa, ya me has puesto tú tan caliente, que no necesito ni abrazar un radiador hirviendo para calentarme”. Pero cortésmente tomé la taza y bebí dos sorbos para no desagraviar a Penélope. Una vez me puse el pijama, aparecí en el salón, donde ella me esperaba con la mesa puesta, que dejaría a la altura de una babucha a los mejores restaurantes de lujo.

― ¡Guau! ¡Que pedazo de cena has preparado! ¡Me dejas siempre anonadado con estas cenas que preparas!

  Ella, me miró sonriente y complacida, recolocó una de las velas y cogiendo una cerilla las prendió, esto le dio a la mesa un toque de majestuosidad que me rio yo de los banquetes del Renacimiento.
  Antes que me sentara me dijo:

― Cielo, apaga la luz y siéntate a la mesa.

  Una vez estuve sentado frente a ella, me quedé absorto observando el chisporrotear de la llama reflejado en sus ojos. Era todo tan idílico, que muchas veces yo no sabía si estaba vivo o estaba metido en un fantástico cuento. Desperté de mi letargo emocional, cuando ella me preguntó:

― ¿Cómo te ha ido en la facultad?

― Bien cariño, hoy precisamente hemos hablado de Goya, de cómo pintaba algunos de sus cuadros a la luz de las velas, como estamos nosotros ahora mismo bajo la luz de ellas.

― ¡Qué interesante!, me parece original a la vez que difícil, pintar sólo alumbrándote con la luz de algunas velas.

― Pues si Penélope, ha de ser muy complicado pintar así.

  Estando explicándole esto, se me ocurrió una de mis locuras, ese sería mi regalo aquella noche. Así que le dije aceleradamente:

― Amor, túmbate en el sofá, voy a dibujarte a la luz de las velas, necesito hacerlo sin demora, lo acabo de pensar, éste será mi regalo de hoy.

  Penélope, como siempre que se me ocurría algo, fuese la locura que fuese, obedecía sin rechistar. Así que se tumbó con su pijama rosa en el sofá.  Yo, la estuve recolocando de la postura que creí sería mejor para pintarla.

  Preparé el caballete, mi paleta, los tubos de tempera y mis pinceles preferidos. Estaba dispuesto y preparado, para dibujar un cuadro que rompería los moldes, no por mi arte dibujando, sino por la belleza de ella, que era de un singular profundo.

― Penélope, levanta un poco el brazo, apoya tu mano en la cabeza, e intenta estar lo más quieta posible.

  Cuando la tuve colocada, los cables de mi mente se entrecruzaron, yo quería dibujarla dulce, tierna, inocente, delicada, pero sin embargo mi mente me decía otras cosas, el demonio me poseía y martilleaba mis sienes  me decía: “no dibujes un corazón, cuando quieres dibujar ¡sexo!”

  Automáticamente, haciendo caso a esa voz que rondaba mi cabeza, me levanté y me dirigí hacia ella. Penélope me miraba, estaría pensando “ya viene a corregir mi postura, seguramente no me he colocado bien”,  la realidad, es que no esperaba lo que se le venía encima.

  Me lancé con la velocidad del rayo sobre ella, tiré de los pantalones de su pijama, arrastrándolos hasta sus tobillos, quedando así sin movilidad en las piernas. Ella me miraba con incredulidad, no daba crédito a lo que estaba pasando; quizás sería porque la tenía acostumbrada al sexo dulce. Seguidamente subí la parte superior  del pijama hasta dejar sus manos trabadas y su cara cubierta, por lo que no podía ver lo que pasaba, su suerte fue no llevar ropa interior, seguramente se la habría destrozado aunque fuese a bocados; no podía parar, la voz del diablo de la lujuria me teledirigía.

  Una vez la tuve en esa posición, la cogí por los tobillos y arrastrándola la dejé caer del sofá a la alfombra que cubría el salón, tiré de ella para llevarla hasta donde yo quería, como yo iba de espaldas, tropecé con el caballete tirando el lienzo al suelo; así que la solté por un momento, mientras me embadurnaba las manos con témperas de varios colores.

  Sólo se podía escuchar la respiración de Penélope algo sofocada. Como no podía ver su cara, no intuía que tipo de sofoco tenía; sin detenerme, empecé a manosear todo su cuerpo untándola de pintura por todas partes, me metí en los recovecos más deseables de su esbelta figura, aquello era un frenesí para mí, ni tan siquiera me paré a pensar como lo estaría viviendo ella, pero irremediablemente no me podía detener.

  Balanceaba mis manos, desde sus senos hasta su pubis, aquel suntuoso cuerpo me excitaba en demasía, una vez la tuve cubierta de óleo por todo el cuerpo, la volví a coger por los tobillos y la giré bruscamente poniéndola boca abajo, realicé la misma operación por detrás, bajaba por su espalda incrustando mis manos llenas de pintura sobre sus muslos. Su culo se arqueaba, daba la sensación que me lo ponía lo mejor posible para que mis manos llegaran a todas  las zonas que ella deseaba que acariciara; fue en ese momento cuando la vi contorsionarse y jadear de una forma que jamás había visto ni oído en los años que llevábamos juntos, a duras penas debido a la excitación que yo tenía, la escuché decir: “sigue no pares”.

   Poseído por una mezcla de sentimientos, estaba dispuesto para pintar el mejor cuadro de Penélope, así que no me conformaría con pintarla sólo con óleo, decidí hacer una mezcla de pintura con sus jugos, estaba dispuesto al súmmun del arte. No dudé en empezar a masturbarla. Boca abajo, como estaba, introduje mis dedos abriéndome pasos entre sus prietas piernas hasta llegar a su vagina, mis dedos entraron en su cuerpo como entran  en la mantequilla,  pues estaba chorreando.

  Quise ir un paso más allá, así que viendo en el estado que ella estaba, me deshice de mi pijama, e incrusté mi falo en su coño mientras con mis manos comprimía sus pechos, elevándola unos centímetros del suelo, y yo aproveché para morder su cuello cual Drácula a su presa. Estábamos formando un caldo inimaginable, tal es así que sólo nos envolvía los sonidos guturales que ambos lanzábamos sobre la estancia en la que nos encontrábamos. Yo estaba en el punto más álgido, Penélope ya había tenido algunos  orgasmos preliminares, y estaba esperando la traca final; fue en ese momento desenfrenado, cuando nuestros cuerpos más se convulsionaban y a más velocidad se movían. De repente ella pegó tal grito que disparó mi verga sin control. Ésta se sacudía como manguera descargando presión a escape libre; hubo leche para su interior y para regar toda su espalda.








  Tenía la mezcla perfecta, pintura, semen, jugo vaginal y su cuerpo dispuesto para ser inmortalizado. Me levanté, la cogí por las manos y la arrastré por lo alto del lienzo, primeramente tal y como estaba boca abajo, luego le di la vuelta y volví a pasarla por lo alto del lienzo. Una vez estuvo impreso su cuerpo, la levanté quitándole la parte del pijama de arriba para que pudiera observar la obra y le dije:

― ¡Aquí tienes, mi mejor cuadro, mi mejor musa! ¿Qué te parece?

  Ella, casi sin haber salido aún del éxtasis, lo miro y me respondió:


― Te lo diré de forma que lo entiendas perfectamente. A partir de ahora, cada cuadro en el que quieras dibujarme, lo tendrás que pintar así, no te dejaré hacerlo de otra forma.

  Me cogió por la cintura como dándome las gracias por dicho regalo, pero yo no había acabado todavía, así que volví su mejilla para que sus ojos se encontraran con los míos y le dije:

― ¡Aún no está acabada la obra! Queda lo más importante ¿adivinas  qué es?

  Ella pensativa me respondió:

― No, no tengo ni idea. Así que tú me dirás lo que es.

― Pues muy sencillo, queda la firma del autor, pero en esta ocasión serás tú la que lo firmes con un pincel muy especial.

  Aquello lo entendió perfectamente, sin articular palabra se arrodilló, cogió mi miembro con sus sutiles manos y llevándoselo a su boca, empezó a lamerlo y succionarlo a la vez que sus manos jugaban con mis testículos. Aquello, puso mi brocha de la mejor calidad, la madera de ébano se hubiera quedado corta en aquel momento. Después de unos minutos atareada con mi falo, la paré poniéndola en pie, fui yo el que me arrodillé esta vez, dándole a mi boca el placer de besar su majestuoso coño, me entregué de lo lindo, hacía en cada lamida, que sólo se quedara apoyada en los dedos gordos del pie.

  Fueron orgasmos encadenados, como los vagones de un tren. Cuando creí haberla saciado y sin más maná que sacar de su cuerpo, me puse en pie al lado de ella y poniéndole mi falo sobre su mano le dije:

― Cariño, es el momento de firmar el cuadro.

  Sin dudarlo, templó mi verga sobre sus manos, empezando con ritmos suaves, hacia delante y hacia atrás, parando de una forma tan calculada… que frenaba mi fila de soldaditos ante la puerta. Así estuvo jugando un rato, hasta que me vio sufrir tanto, que empezó a menearla a una velocidad de Guepardo, sus manos subían y bajaban casi sin poder apreciar su movimiento, hasta que por fin y notando ella que saldría la tinta para la firma, apuntó hacia el cuadro con mi polla y esparció todo el semen sobre el lienzo, intentando escribir mi nombre con mi leche.

  Derrumbados en el sofá, por el esfuerzo realizado, contemplábamos el retrato hecho con esfuerzo, sudor y mucho ardor guerrero… Mientras, cogidos de la mano, nos dejábamos llevar por la somnolencia del deseo exprimido. 



Alejandro Maginot

 


lunes, 23 de marzo de 2020

La Varita Mágica












  Aún no sabía leer, cuando me llevó mi padre al circo por primera vez. Todo era nuevo para mí, lo veía todo tan magnificado, tan brillante, que yo más que un pequeño niño, era una caja llena de ilusión.

  Por delante de mis ojos, pasaba una atracción tras otra, domadores, trapecista, payasos, equilibristas; yo estaba absorbiendo cada espectáculo con una emoción digna de la infancia más feliz.

  Pero tengo que decir, que de todos los números que pasaban por la pista, el que me dejó absolutamente  cautivado, casi hipnotizado fue el del mago, quedé maravillado al ver, como con un toque de su varita mágica  sacaba un conejo de la chistera, o con dos golpecitos de esta misma varita, entrelazaba unos aros de acero, o como agitándola hacía salir una fila de pañuelos de colores inagotable, pero lo más fue convertir la varita mágica en un hermoso ramo de flores; en aquel momento no fui consciente de que esa varita mágica marcaría el rumbo de mi vida.

  Salíamos mis padres y yo de la carpa del circo, cuando oí una voz en mi interior que me decía: “Díselo, dile a tu padre, que te compre una varita mágica”, automáticamente sin pensármelo dos veces, le dije a papá:

― ¡Papi cómprame una varita mágica!

  Mi ímpetu tan ilusionado sorprendió a mí padre, que se paró y acachándose, me miró a los ojos sonriendo, luego tras unos segundos me dijo:

― Hijo, veo que te has ilusionado muchísimo con la magia, pero he de decirte, que aún no estás preparado para tener una varita mágica.

― ¿Porqué, porqué? ¡Yo la necesito ya para hacer magia!

  Esto casi lo dije metido en una pataleta, pero ahí estaba mi padre, siempre comedido, tranquilo y cogiéndome en brazos me respondió con mucho cariño.

― Mira, haremos una cosa, primero has de aprender a leer, una vez hayas aprendido, te regalaré tu primera varita mágica.

  Yo quedé un poco “cataplof” pero entendí que mi padre me la regalaría, así que sólo me quedaba aprender a leer lo antes posible, para obtener mi bonito regalo.

  Aunque cuando mi padre me dijo ésto, yo ya estaba enlazando vocales en el parvulario, así que me apreté y no pare de estudiar.

  Cuando por fin supe leer casi correctamente, le dije a papá:

― ¡Papi, ya se leer! ha llegado el momento que me prometiste, tienes que comprarme la varita mágica. 

  Él bajó el periódico para poder verme, y con la satisfacción de un padre orgulloso de su retoño, me respondió:

― Efectivamente, ya se de tus adelantos  y como lo prometido es deuda, aquí tienes tu primera varita mágica.

  Metió la mano detrás del sofá, y saco una cosa cuadrada envuelta en papel de regalo. Yo lo miré extrañado y casi enfadado le repliqué.

― ¡Esto no es una varita mágica! ¡Es un cuadrado! si fuese una varita sería algo redondo.

  Él me miró, me alargó el regalo y exclamó.

― ¡Ábrelo! Ya verás cómo puede haber varitas de muchas formas, ésta te gustará.

  Yo desesperado, abrí el paquete rápidamente, cuando vi lo que contenía quedé totalmente en shock.

― ¡Ésto es un cuento, no es una varita mágica! ¡Me has engañado papá!

― No te he engañado hijo mío, es tu primera varita mágica, sé que ahora no lo puedes entender, pero ya verás como en un futuro lo comprenderás.

  Yo lo miré enrabietado, no entendía nada, seria porque era muy peque aún, y además para colmo el cuento se titulaba “El Patito Feo”. No dije nada, salí corriendo y estuve unos días enfadado con mi padre, aunque tuve que reconocer, que la lectura de aquel cuento me gusto.

  Pasado un año justo, mi padre llego a la cocina mientras yo desayunaba, me dio los buenos días y me preguntó.

― ¿No recuerdas que día es hoy?

― No, no recuerdo que día es hoy papá.

  Me miró un poco desilusionado y me replicó.

― Hoy hace un año exacto que te regalé tu primera varita mágica y como te prometí, cada año te regalaría una nueva, así que aquí tienes la segunda.

  Sacó su mano izquierda de detrás de la espalda, y de nuevo un cuadrado envuelto en papel de regalo, ya había crecido lo suficiente para saber que aquello era otro libro, pero esta vez no dije nada, pues había perdido la esperanza de mi varita mágica. Sólo me limite a decir:

― Gracias papá, ya no recordaba lo de la segunda varita.

  Espero un par de minutos, quizás esperando que yo abriera el regalo, pero como no lo hice, se marchó de la cocina un poco apenado; y es que yo no podía demostrar alegría, pues pensaba que mi padre me tomaba el pelo. Pero la verdad es que la curiosidad me mataba, así que no tarde en abrir el regalo,  deseaba ver el título del libro, que en esta ocasión era “Las Aventura de Robinson Crusoe”,  que por cierto me encantó leerlo.

  Yo fui creciendo, pero cada año y como si de mi cumpleaños se tratase, mi padre me regalaba lo que él denominaba su varita mágica, que como ya sabéis se trataba de un libro, libros que por cierto yo devoraba y me sabían a poco, pues no sé qué cualidad tenía mi padre, que me compraba obras, cuya narrativa fue de una forma o de otra influyendo en mi vida.

  Pasaron bastantes años, yo había acabado mi carrera y formado una familia, creé una empresa que con mucho trabajo y esfuerzo puse en primera línea, pero os puedo prometer que en todos esos años no me falto mi libro anual, o como lo llamaba mi padre su varita mágica numero treinta y cinco.

  Estaba yo en mi despacho, cuando tocaron a la puerta.

― ¡Pase, por favor!

  Que sorpresa me llevé, ¡era mi padre! que de vez en cuando pasaba a saludarme.

― ¡Hola papá! ¿Cómo estás?

― Bien hijo, a ti se te ve buena cara, aunque no sé, de dónde sacas fuerzas para estar metido en tu empresa todo el día.

― Bueno, no queda más remedio si quieres que todo vaya bien.

  Mi padre me miró diciéndome:

― Pues menos trabajar y más vida social, que luego cuando llegues a mi edad la echarás de menos. Bueno sólo pasaba por aquí, para dejarte tu varita mágica numero treinta y seis.

  Yo no tuve más remedio que reírme, pues ya incluso me emocionaba pensando en que título me tocaría. Así que le dije a mi padre.

― Papá, ya no soy un niño, creo que esa etapa la dejamos atrás hace años, así que no sigas con lo de la varita mágica. Llámalo libro y ya está.

  Mi padre frunció el ceño, y mirándome fijamente me contesto.

― ¿Pero de verdad que aún no te has dado cuenta, que te he regalado las mejores varitas mágicas del mundo, en estos treinta y seis años? ¿No te has parado a pensar que la literatura es la mejor varita mágica que puedas poseer? estas varitas mágica te han traído hasta aquí, gracias a ellas tienes esta empresa que por lo que veo funciona de maravilla.

  Quedé un poco descolocado, me había encajado una realidad tan contundente que quedé atónito, pero aún así  y siendo yo un poquito testarudo, le repliqué:

― Si papá, llevas razón, quizás sea la literatura, la varita que me ha traído hasta aquí, pero no ha sido la varita que yo esperaba, pues no me ha dejado crear magia.

  Mi padre me miró esta vez con más énfasis, y casi predicando como lo hizo Jesús ante sus discípulos, me pronunció unas palabras, que acabaron con toda la duda que existía en mi interior, desde que empezó a regalarme libros.

― Estoy de acuerdo, no estás haciendo magia de circo, ni magia de salón. Pero has de tener en cuenta, que tu magia va más allá de todo eso, tu creas una magia que  muy pocos privilegiados, tienen la oportunidad de crear. Tú naciste para hacer magia, pero magia de verdad… y tú eres uno de los mejores magos que tendrá la historia en muchos años; lo que pasa es que no te has dado cuenta, observa a tu alrededor, tú haces magia las veinticuatro horas. Tu empresa, ésta que tú creaste de la nada, sólo con la finalidad de ayudar al prójimo, ¡eso es magia! Tu empresa fabrica prótesis de pies y de manos, prótesis para personas que pierden alguno de sus miembros en conflictos bélicos a lo largo de todo el mundo, pregúntales a ellos si creen en tu magia.

  Mi padre se acercó a mí, con la dulzura que sólo se asoma a los ojos, de un padre orgulloso de haber llevado a su retoño por el buen camino, me besó la frente y se marchó.

  Después de las palabras, que mi padre con tanto fervor amartilló en mis sienes, después de aquellas palabras… por primera vez me sentí mago.


Nadavepo.



miércoles, 11 de marzo de 2020

Le diré a Dios que lo he entendido












  Tropezamos con la fuerza de un tren hace años, hasta en mi estómago sonaban como mariposas aleteando, el eco de mi corazón. Fueron unos días grabados a fuego en mi mente, todo era maravilloso, la vida la veíamos a través de los indescriptibles colores de un caleidoscopio; subíamos a una montaña rusa al levantarnos, y sólo nos bajábamos al acostarnos, porque dejábamos la noche para hacernos el amor, pero sin hacernos daño.  

  Esa fue nuestra vida durante mucho tiempo, ¡pero imbécil de mí! Me bajé de las curvas y giros de la montaña rusa, para caminar en el amor en una vía de línea recta. Yo sabía que me querías, ¡a rabiar! Porque no te habías bajado de aquella montaña rusa; y sé que jamás te bajarías de ella.

  Tu amor fue siempre desinteresado, el mío se volvió plano; tu amor no tuvo límites, el mío fue acotado; me dabas calor, yo siempre te daba la espalda al acostarnos; me querías con una fuerza descomunal, yo había perdido el fuelle con los años; amabas cada lunar de mi cuerpo, yo desconocía cuántos tenías.

  Mi amor se volvió plano, porque lo daba todo por hecho. Yo te quería, ¡Sí! Pero había dejado de demostrártelo, porque la comodidad de tenerte, me hizo dejar cultivar esos granos de amor, que sin recelos tú siempre me das; que feo fue acostumbrarme a no devolverte el amor, que sin pedirte tú siempre me das.

  Pasado algún tiempo más, te tuviste que marchar; en ese mismo momento es cuando empezó mi pesar. No podía conciliar el sueño, porque no oía tu respirar; dejé de comer, porque en frente de mi plato no estaban tus manos; dejé de asearme, pues no estabas tú para quitar el vaho de mi cristal; dejé de salir, pues me faltaba oír tu voz para sonreír.

  ¡Qué oscuro se me tornó todo!, incluso leyendo tus cartas, mi corazón no entraba en caja; cuánto deje de decirte, por acostumbrarme a lo que daba por hecho que jamás me faltaría, tu amor envuelto en tu sonrisa.

  He tenido que estar un tiempo separado de tí, para darme cuenta de lo que te quería, que la comodidad en el arte del amor, es mala compañía; y tuve que extrañarte para saber lo tremendamente que te quería, por eso ahora sé que para amar, lo primero de todo es entrañar, echar de menos durante algún tiempo a la persona que te quiere, que te ama, que por tí brama adoración, que te lo deja todo escrito en un renglón… Ese renglón que yo dejaré escrito, para decirle a Dios que lo he entendido.



Nadavepo



   

lunes, 9 de marzo de 2020

La Magia












  No sé qué expresión es más correcta: Caminaba por la ciudad, paseaba por mi barrio, o rulaba por la calle donde nací.

  Bueno la verdad es que da igual, yo siempre digo que andaba por la vida. Estaba buscando algo de magia, que como bien sabéis, la puedes encontrar en tres estados, un estado sólido, otro que puede ser líquido, y el menos referente el gaseoso.

  La primera con la que tropecé, fue con la magia en estado gaseoso, esta magia es muy llamativa, te hace fijarte en ella con mucha atención; pero es muy poco duradera, es tan volátil, que dura escasos segundos, no llegas ni a emocionarte con ella.

  La segunda, tardé un tiempo en encontrarla, ésta le encontré en estado líquido, su atracción es fuerte, porque es tremendamente sutil y muy atractiva, antes de darte cuenta ya te ha enganchado; pero como su predecesora , su duración es efímera, dura escasos minutos, la decepción es aún mayor que la anterior, parece oro pero sólo es hojalata.

  Decepcionado por aquellos dos encuentros, que tan sublimes subidones me habían provocado, para luego haberme dejado caer desde la altura más atroz, me hizo perder la fe en la magia.

  Pasaron los años, jamás volví a pensar en la ilusión de tan poderosa atracción, así que anduve perdido por los océanos de la tierra, sin más rumbo que el que me marcaban las estrellas.

  Un día llegado a un puerto, tan surrealista como lo era mi vida desde que perdí la ilusión de encontrar la magia, sorprendentemente, ¡sin buscarla!, ¡sin desearla!, ¡sin soñarla! ¡Apareció ella!, la magia en estado sólido. Esta al contrario que las dos que tanto me habían defraudado, me lleno de calidez el alma, de sosiego el corazón, de ganas de vivir por ella.

  Esta al contrario de todas las que yo había conocido, era tan duradera como lo sería mi vida, así que me volvió a llenar de ilusión, de amor sincero, y sobre todo me devolvió la confianza en ella. Así que la cogí de la mano, y fue mi compañera en los buenos y en los peores momentos; jamás la solté de mi mano, porque sabía que nadie en este mundo haría tan desinteresadamente, lo que ella haría por mí.

  Yo la protegí, la sigo protegiendo, y la protegeré, hasta que el futuro se nos vaya apagando, cual vela al ritmo de la música más sutil jamás creada… la música que generan nuestros corazones, al estar abrazados.


Nadavepo.