miércoles, 22 de julio de 2020

El Sur







  Sabias cuanto disfrutaba de los veranos del sur, por eso era el regalo que siempre me hacías, ni norte, este u oeste, el sur estaba siempre presente en tu mente.

  Pueblos de fachadas tan blancas que casi los ojos te cegaban, donde la sombra de tu silueta en cada pared se dibujaba, mientras yo amartillaba las ganas de poseerte en cada calle, escalón o plaza.

  Roja se ponía tu piel, que en unos días morena se tornaba, yo vibraba con los cortes de color, que cuando te desnudabas… el bikini había provocado en tus carnes, tersas como la llanura de la sabana.

  Paseos interminables por la playa, orgullo de ver como tus senos desnudos la gente hipnotizada miraba, besos afrodisiacos con sabor a sal, yo los degustaba con la misma intensidad que, disfrutaba al lamer tu perla con sabor a mar.

  Me arrastrabas tras tu olor, como las perras atraen a los machos a su voluntad. Desconcierto entre el color de tus ojos y el azul del mar, haz un surco con mi cuerpo en la arena y acomódate en lo alto de mi falo, como si yo fuera un pedestal.

  Transmitir las ganas de hacer el amor, era la forma más divertida de contagiar a los demás, queríamos que entendieran… que al sur se viene a descarnarse, sin parar de follar.

  Todo tenía otro color, desde el celeste del cielo hasta el hoyo de tu ombligo tentador, abducido por tu cuerpo, enardecido por tu voz, me arrojaba a tu sexo sin miedo a que se parase mi corazón.

  Desencajados quedábamos al fornicar sin control, contorsiones inimaginables, que doblegaban nuestras articulaciones…hasta el más peligroso punto de las torsiones, por no haber calculado bien las ecuaciones.

  Pero de todos los encantos del mundo, era tu sudor lo que provocaba en mí el delirio del placer, resbalar sobre tu piel, como algo que se te escurre y con más fuerza quieres coger, era la locura máxima, donde yo clavaba mis garras sobre tu cuello, para con más fuerza poderte poseer.

  Último día de las vacaciones, a las doce abandonábamos el hotel, desde las ocho infringiendo a nuestros cuerpos  todo tipo de placer, ya como maratonianos a punto de llegar a la meta, un último esfuerzo teníamos que hacer. Fue la ducha donde te atropellé, dándote por tus tres recipientes de beber… no quería que volviéramos a casa, escasos de sed.

                                                           
                                                                     Alejandro Maginot