lunes, 23 de marzo de 2020

La Varita Mágica












  Aún no sabía leer, cuando me llevó mi padre al circo por primera vez. Todo era nuevo para mí, lo veía todo tan magnificado, tan brillante, que yo más que un pequeño niño, era una caja llena de ilusión.

  Por delante de mis ojos, pasaba una atracción tras otra, domadores, trapecista, payasos, equilibristas; yo estaba absorbiendo cada espectáculo con una emoción digna de la infancia más feliz.

  Pero tengo que decir, que de todos los números que pasaban por la pista, el que me dejó absolutamente  cautivado, casi hipnotizado fue el del mago, quedé maravillado al ver, como con un toque de su varita mágica  sacaba un conejo de la chistera, o con dos golpecitos de esta misma varita, entrelazaba unos aros de acero, o como agitándola hacía salir una fila de pañuelos de colores inagotable, pero lo más fue convertir la varita mágica en un hermoso ramo de flores; en aquel momento no fui consciente de que esa varita mágica marcaría el rumbo de mi vida.

  Salíamos mis padres y yo de la carpa del circo, cuando oí una voz en mi interior que me decía: “Díselo, dile a tu padre, que te compre una varita mágica”, automáticamente sin pensármelo dos veces, le dije a papá:

― ¡Papi cómprame una varita mágica!

  Mi ímpetu tan ilusionado sorprendió a mí padre, que se paró y acachándose, me miró a los ojos sonriendo, luego tras unos segundos me dijo:

― Hijo, veo que te has ilusionado muchísimo con la magia, pero he de decirte, que aún no estás preparado para tener una varita mágica.

― ¿Porqué, porqué? ¡Yo la necesito ya para hacer magia!

  Esto casi lo dije metido en una pataleta, pero ahí estaba mi padre, siempre comedido, tranquilo y cogiéndome en brazos me respondió con mucho cariño.

― Mira, haremos una cosa, primero has de aprender a leer, una vez hayas aprendido, te regalaré tu primera varita mágica.

  Yo quedé un poco “cataplof” pero entendí que mi padre me la regalaría, así que sólo me quedaba aprender a leer lo antes posible, para obtener mi bonito regalo.

  Aunque cuando mi padre me dijo ésto, yo ya estaba enlazando vocales en el parvulario, así que me apreté y no pare de estudiar.

  Cuando por fin supe leer casi correctamente, le dije a papá:

― ¡Papi, ya se leer! ha llegado el momento que me prometiste, tienes que comprarme la varita mágica. 

  Él bajó el periódico para poder verme, y con la satisfacción de un padre orgulloso de su retoño, me respondió:

― Efectivamente, ya se de tus adelantos  y como lo prometido es deuda, aquí tienes tu primera varita mágica.

  Metió la mano detrás del sofá, y saco una cosa cuadrada envuelta en papel de regalo. Yo lo miré extrañado y casi enfadado le repliqué.

― ¡Esto no es una varita mágica! ¡Es un cuadrado! si fuese una varita sería algo redondo.

  Él me miró, me alargó el regalo y exclamó.

― ¡Ábrelo! Ya verás cómo puede haber varitas de muchas formas, ésta te gustará.

  Yo desesperado, abrí el paquete rápidamente, cuando vi lo que contenía quedé totalmente en shock.

― ¡Ésto es un cuento, no es una varita mágica! ¡Me has engañado papá!

― No te he engañado hijo mío, es tu primera varita mágica, sé que ahora no lo puedes entender, pero ya verás como en un futuro lo comprenderás.

  Yo lo miré enrabietado, no entendía nada, seria porque era muy peque aún, y además para colmo el cuento se titulaba “El Patito Feo”. No dije nada, salí corriendo y estuve unos días enfadado con mi padre, aunque tuve que reconocer, que la lectura de aquel cuento me gusto.

  Pasado un año justo, mi padre llego a la cocina mientras yo desayunaba, me dio los buenos días y me preguntó.

― ¿No recuerdas que día es hoy?

― No, no recuerdo que día es hoy papá.

  Me miró un poco desilusionado y me replicó.

― Hoy hace un año exacto que te regalé tu primera varita mágica y como te prometí, cada año te regalaría una nueva, así que aquí tienes la segunda.

  Sacó su mano izquierda de detrás de la espalda, y de nuevo un cuadrado envuelto en papel de regalo, ya había crecido lo suficiente para saber que aquello era otro libro, pero esta vez no dije nada, pues había perdido la esperanza de mi varita mágica. Sólo me limite a decir:

― Gracias papá, ya no recordaba lo de la segunda varita.

  Espero un par de minutos, quizás esperando que yo abriera el regalo, pero como no lo hice, se marchó de la cocina un poco apenado; y es que yo no podía demostrar alegría, pues pensaba que mi padre me tomaba el pelo. Pero la verdad es que la curiosidad me mataba, así que no tarde en abrir el regalo,  deseaba ver el título del libro, que en esta ocasión era “Las Aventura de Robinson Crusoe”,  que por cierto me encantó leerlo.

  Yo fui creciendo, pero cada año y como si de mi cumpleaños se tratase, mi padre me regalaba lo que él denominaba su varita mágica, que como ya sabéis se trataba de un libro, libros que por cierto yo devoraba y me sabían a poco, pues no sé qué cualidad tenía mi padre, que me compraba obras, cuya narrativa fue de una forma o de otra influyendo en mi vida.

  Pasaron bastantes años, yo había acabado mi carrera y formado una familia, creé una empresa que con mucho trabajo y esfuerzo puse en primera línea, pero os puedo prometer que en todos esos años no me falto mi libro anual, o como lo llamaba mi padre su varita mágica numero treinta y cinco.

  Estaba yo en mi despacho, cuando tocaron a la puerta.

― ¡Pase, por favor!

  Que sorpresa me llevé, ¡era mi padre! que de vez en cuando pasaba a saludarme.

― ¡Hola papá! ¿Cómo estás?

― Bien hijo, a ti se te ve buena cara, aunque no sé, de dónde sacas fuerzas para estar metido en tu empresa todo el día.

― Bueno, no queda más remedio si quieres que todo vaya bien.

  Mi padre me miró diciéndome:

― Pues menos trabajar y más vida social, que luego cuando llegues a mi edad la echarás de menos. Bueno sólo pasaba por aquí, para dejarte tu varita mágica numero treinta y seis.

  Yo no tuve más remedio que reírme, pues ya incluso me emocionaba pensando en que título me tocaría. Así que le dije a mi padre.

― Papá, ya no soy un niño, creo que esa etapa la dejamos atrás hace años, así que no sigas con lo de la varita mágica. Llámalo libro y ya está.

  Mi padre frunció el ceño, y mirándome fijamente me contesto.

― ¿Pero de verdad que aún no te has dado cuenta, que te he regalado las mejores varitas mágicas del mundo, en estos treinta y seis años? ¿No te has parado a pensar que la literatura es la mejor varita mágica que puedas poseer? estas varitas mágica te han traído hasta aquí, gracias a ellas tienes esta empresa que por lo que veo funciona de maravilla.

  Quedé un poco descolocado, me había encajado una realidad tan contundente que quedé atónito, pero aún así  y siendo yo un poquito testarudo, le repliqué:

― Si papá, llevas razón, quizás sea la literatura, la varita que me ha traído hasta aquí, pero no ha sido la varita que yo esperaba, pues no me ha dejado crear magia.

  Mi padre me miró esta vez con más énfasis, y casi predicando como lo hizo Jesús ante sus discípulos, me pronunció unas palabras, que acabaron con toda la duda que existía en mi interior, desde que empezó a regalarme libros.

― Estoy de acuerdo, no estás haciendo magia de circo, ni magia de salón. Pero has de tener en cuenta, que tu magia va más allá de todo eso, tu creas una magia que  muy pocos privilegiados, tienen la oportunidad de crear. Tú naciste para hacer magia, pero magia de verdad… y tú eres uno de los mejores magos que tendrá la historia en muchos años; lo que pasa es que no te has dado cuenta, observa a tu alrededor, tú haces magia las veinticuatro horas. Tu empresa, ésta que tú creaste de la nada, sólo con la finalidad de ayudar al prójimo, ¡eso es magia! Tu empresa fabrica prótesis de pies y de manos, prótesis para personas que pierden alguno de sus miembros en conflictos bélicos a lo largo de todo el mundo, pregúntales a ellos si creen en tu magia.

  Mi padre se acercó a mí, con la dulzura que sólo se asoma a los ojos, de un padre orgulloso de haber llevado a su retoño por el buen camino, me besó la frente y se marchó.

  Después de las palabras, que mi padre con tanto fervor amartilló en mis sienes, después de aquellas palabras… por primera vez me sentí mago.


Nadavepo.



2 comentarios:

  1. Cuántas cosas nos has dejado en esta entrada, no solo es una ilusión que empezó en un circo sino el recorrido de toda una vida .
    Los libros son las mejores varitas mágicas, ellas te dan las claves para que en tu camino vayas haciendo magia no solo para ti sino para los demás .
    Las palabras de ese padre y sus actos fueron los que marcaron la vida de su hijo sin él darse cuenta .
    Que historia mas tierna nos has dejado con una moraleja preciosa , es como que el leer nunca está de más ..no solo te ayuda a formarte como persona sino que aumenta la creatividad e imaginación ..sin duda la mejor de las varitas ..
    Gracias de nuevo por darnos magia en tus letras.
    Un fuerte abrazo.

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  2. A veces tenemos esa varita mágica, o el poder de hacer magia a nuestro alcance, pero somos incapaces de darnos cuenta. En este caso, es un padre el que ilumina el sendero de su hijo a través de la vida, con lo que el ya conoce y sabe, que son las mejores varitas mágicas que existen en nuestros días, como son los libros. En este humilde cuento, nos damos cuenta como la perseverancia sobre la lectura, nos puede llevar a realizar las mayores proezas que pudiéramos a ver llegado a imaginar. Te doy las gracias querida Campirela de todo corazón, por los relatos que aportas, como prolongación del propio relato. Te deseo un precioso resto de semana.

    Un fuerte abrazo con todo mi cariño.

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