Aún no sabía leer, cuando me llevó mi padre
al circo por primera vez. Todo era nuevo para mí, lo veía todo tan magnificado,
tan brillante, que yo más que un pequeño niño, era una caja llena de ilusión.
Por delante de mis ojos, pasaba una atracción
tras otra, domadores, trapecista, payasos, equilibristas; yo estaba absorbiendo
cada espectáculo con una emoción digna de la infancia más feliz.
Pero tengo que decir, que de todos los
números que pasaban por la pista, el que me dejó absolutamente cautivado, casi hipnotizado fue el del mago,
quedé maravillado al ver, como con un toque de su varita mágica sacaba un conejo de la chistera, o con dos
golpecitos de esta misma varita, entrelazaba unos aros de acero, o como
agitándola hacía salir una fila de pañuelos de colores inagotable, pero lo más
fue convertir la varita mágica en un hermoso ramo de flores; en aquel momento
no fui consciente de que esa varita mágica marcaría el rumbo de mi vida.
Salíamos mis padres y yo de la carpa del
circo, cuando oí una voz en mi interior que me decía: “Díselo, dile a tu
padre, que te compre una varita mágica”, automáticamente sin pensármelo dos
veces, le dije a papá:
― ¡Papi
cómprame una varita mágica!
Mi ímpetu tan ilusionado sorprendió a mí
padre, que se paró y acachándose, me miró a los ojos sonriendo, luego tras unos
segundos me dijo:
― Hijo, veo
que te has ilusionado muchísimo con la magia, pero he de decirte, que aún no
estás preparado para tener una varita mágica.
― ¿Porqué,
porqué? ¡Yo la necesito ya para hacer magia!
Esto casi lo dije metido en una pataleta,
pero ahí estaba mi padre, siempre comedido, tranquilo y cogiéndome en brazos me
respondió con mucho cariño.
― Mira,
haremos una cosa, primero has de aprender a leer, una vez hayas aprendido, te
regalaré tu primera varita mágica.
Yo quedé un poco “cataplof” pero entendí que
mi padre me la regalaría, así que sólo me quedaba aprender a leer lo antes
posible, para obtener mi bonito regalo.
Aunque cuando mi padre me dijo ésto, yo ya
estaba enlazando vocales en el parvulario, así que me apreté y no pare de
estudiar.
Cuando por fin supe leer casi correctamente,
le dije a papá:
― ¡Papi, ya
se leer! ha llegado el momento que me prometiste, tienes que comprarme la
varita mágica.
Él bajó el periódico para poder verme, y con
la satisfacción de un padre orgulloso de su retoño, me respondió:
― Efectivamente,
ya se de tus adelantos y como lo
prometido es deuda, aquí tienes tu primera varita mágica.
Metió la mano detrás del sofá, y saco una
cosa cuadrada envuelta en papel de regalo. Yo lo miré extrañado y casi enfadado
le repliqué.
― ¡Esto no
es una varita mágica! ¡Es un cuadrado! si fuese una varita sería algo redondo.
Él me miró, me alargó el regalo y exclamó.
― ¡Ábrelo!
Ya verás cómo puede haber varitas de muchas formas, ésta te gustará.
Yo desesperado, abrí el paquete rápidamente,
cuando vi lo que contenía quedé totalmente en shock.
― ¡Ésto es
un cuento, no es una varita mágica! ¡Me has engañado papá!
― No te he
engañado hijo mío, es tu primera varita mágica, sé que ahora no lo puedes
entender, pero ya verás como en un futuro lo comprenderás.
Yo lo miré enrabietado, no entendía nada,
seria porque era muy peque aún, y además para colmo el cuento se titulaba “El
Patito Feo”. No dije nada, salí corriendo y estuve unos días enfadado con mi
padre, aunque tuve que reconocer, que la lectura de aquel cuento me gusto.
Pasado un año justo, mi padre llego a la
cocina mientras yo desayunaba, me dio los buenos días y me preguntó.
― ¿No
recuerdas que día es hoy?
― No, no
recuerdo que día es hoy papá.
Me miró un poco desilusionado y me replicó.
― Hoy hace
un año exacto que te regalé tu primera varita mágica y como te prometí, cada
año te regalaría una nueva, así que aquí tienes la segunda.
Sacó su mano izquierda de detrás de la
espalda, y de nuevo un cuadrado envuelto en papel de regalo, ya había crecido
lo suficiente para saber que aquello era otro libro, pero esta vez no dije
nada, pues había perdido la esperanza de mi varita mágica. Sólo me limite a
decir:
― Gracias
papá, ya no recordaba lo de la segunda varita.
Espero un par de minutos, quizás esperando
que yo abriera el regalo, pero como no lo hice, se marchó de la cocina un poco
apenado; y es que yo no podía demostrar alegría, pues pensaba que mi padre me
tomaba el pelo. Pero la verdad es que la curiosidad me mataba, así que no tarde
en abrir el regalo, deseaba ver el
título del libro, que en esta ocasión era “Las Aventura de Robinson Crusoe”, que por cierto me encantó leerlo.
Yo fui creciendo, pero cada año y como si de
mi cumpleaños se tratase, mi padre me regalaba lo que él denominaba su varita
mágica, que como ya sabéis se trataba de un libro, libros que por cierto yo
devoraba y me sabían a poco, pues no sé qué cualidad tenía mi padre, que me
compraba obras, cuya narrativa fue de una forma o de otra influyendo en mi
vida.
Pasaron bastantes años, yo había acabado mi
carrera y formado una familia, creé una empresa que con mucho trabajo y
esfuerzo puse en primera línea, pero os puedo prometer que en todos esos años
no me falto mi libro anual, o como lo llamaba mi padre su varita mágica numero
treinta y cinco.
Estaba yo en mi despacho, cuando tocaron a la
puerta.
― ¡Pase, por
favor!
Que sorpresa me llevé, ¡era mi padre! que de
vez en cuando pasaba a saludarme.
― ¡Hola papá!
¿Cómo estás?
― Bien hijo,
a ti se te ve buena cara, aunque no sé, de dónde sacas fuerzas para estar
metido en tu empresa todo el día.
― Bueno, no
queda más remedio si quieres que todo vaya bien.
Mi padre me miró diciéndome:
― Pues menos
trabajar y más vida social, que luego cuando llegues a mi edad la echarás de
menos. Bueno sólo pasaba por aquí, para dejarte tu varita mágica numero treinta
y seis.
Yo no tuve más remedio que reírme, pues ya incluso
me emocionaba pensando en que título me tocaría. Así que le dije a mi padre.
― Papá, ya
no soy un niño, creo que esa etapa la dejamos atrás hace años, así que no sigas
con lo de la varita mágica. Llámalo libro y ya está.
Mi padre frunció el ceño, y mirándome
fijamente me contesto.
― ¿Pero de
verdad que aún no te has dado cuenta, que te he regalado las mejores varitas
mágicas del mundo, en estos treinta y seis años? ¿No te has parado a pensar que
la literatura es la mejor varita mágica que puedas poseer? estas varitas mágica
te han traído hasta aquí, gracias a ellas tienes esta empresa que por lo que
veo funciona de maravilla.
Quedé un poco descolocado, me había encajado
una realidad tan contundente que quedé atónito, pero aún así y siendo yo un poquito testarudo, le repliqué:
― Si papá,
llevas razón, quizás sea la literatura, la varita que me ha traído hasta aquí,
pero no ha sido la varita que yo esperaba, pues no me ha dejado crear magia.
Mi padre me miró esta vez con más énfasis, y
casi predicando como lo hizo Jesús ante sus discípulos, me pronunció unas
palabras, que acabaron con toda la duda que existía en mi interior, desde que
empezó a regalarme libros.
― Estoy de
acuerdo, no estás haciendo magia de circo, ni magia de salón. Pero has de tener
en cuenta, que tu magia va más allá de todo eso, tu creas una magia que muy pocos privilegiados, tienen la
oportunidad de crear. Tú naciste para hacer magia, pero magia de verdad… y tú
eres uno de los mejores magos que tendrá la historia en muchos años; lo que
pasa es que no te has dado cuenta, observa a tu alrededor, tú haces magia las
veinticuatro horas. Tu empresa, ésta que tú creaste de la nada, sólo con la
finalidad de ayudar al prójimo, ¡eso es magia! Tu empresa fabrica prótesis de
pies y de manos, prótesis para personas que pierden alguno de sus miembros en
conflictos bélicos a lo largo de todo el mundo, pregúntales a ellos si creen en
tu magia.
Mi padre se acercó a mí, con la dulzura que
sólo se asoma a los ojos, de un padre orgulloso de haber llevado a su retoño
por el buen camino, me besó la frente y se marchó.
Después de las palabras, que mi padre con
tanto fervor amartilló en mis sienes, después de aquellas palabras… por primera
vez me sentí mago.
Nadavepo.
Cuántas cosas nos has dejado en esta entrada, no solo es una ilusión que empezó en un circo sino el recorrido de toda una vida .
ResponderEliminarLos libros son las mejores varitas mágicas, ellas te dan las claves para que en tu camino vayas haciendo magia no solo para ti sino para los demás .
Las palabras de ese padre y sus actos fueron los que marcaron la vida de su hijo sin él darse cuenta .
Que historia mas tierna nos has dejado con una moraleja preciosa , es como que el leer nunca está de más ..no solo te ayuda a formarte como persona sino que aumenta la creatividad e imaginación ..sin duda la mejor de las varitas ..
Gracias de nuevo por darnos magia en tus letras.
Un fuerte abrazo.
A veces tenemos esa varita mágica, o el poder de hacer magia a nuestro alcance, pero somos incapaces de darnos cuenta. En este caso, es un padre el que ilumina el sendero de su hijo a través de la vida, con lo que el ya conoce y sabe, que son las mejores varitas mágicas que existen en nuestros días, como son los libros. En este humilde cuento, nos damos cuenta como la perseverancia sobre la lectura, nos puede llevar a realizar las mayores proezas que pudiéramos a ver llegado a imaginar. Te doy las gracias querida Campirela de todo corazón, por los relatos que aportas, como prolongación del propio relato. Te deseo un precioso resto de semana.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo con todo mi cariño.